MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES
SIPNOSIS
Un viejo periodista decide festejar sus noventa años
a lo grande, dándose un regalo que le hará sentir que todavía está vivo: una
jovencita virgen, y con ella «el principio de una nueva vida a una edad en que
la mayoría de los mortales están muertos». En el prostíbulo llega el momento en
el que ve a la mujer de espaldas, completamente desnuda. Ese acontecimiento
cambia su vida radicalmente. Ahora que conoce a esta jovencita se encuentra a
punto de morir, pero no por viejo, sino de amor. Así, Memoria de mis putas
tristes cuenta la vida de este anciano solitario, un apasionado de la
música clásica, nada aficionado a las mascotas y lleno de manías. Por él
sabremos cómo en todas sus aventuras sexuales (que no fueron pocas) siempre dio
a cambio algo de dinero, pero nunca imaginó que de ese modo encontraría el
verdadero amor.
Esta
novela de Gabriel García Márquez es una conmovedora reflexión que celebra las
alegrías del enamoramiento, las desventuras de la vejez y, ante todo, lo que
sucede cuando sexo y amor se juntan para darle un sentido a la existencia. Nos
encontramos ante un relato aparentemente sencillo pero cargado de resonancias,
una historia narrada con el excepcional estilo y la maestría en el arte de
contar de los que solo es capaz el autor colombiano.
SOBRE EL AUTOR
El mundo de Macondo, parábola y reflejo de la
tortuosa historia de la América hispana, había sido esbozado previamente en una
serie de novelas y colecciones de cuentos; después de Cien años de soledad, nuevas obras maestras jalonaron
su trayectoria, reconocida con la concesión del Nobel de Literatura en 1982:
basta recordar títulos como El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) o El amor en los tiempos del cólera (1985).
Como
máximo representante del Boom de la
literatura hispanoamericana de los años 60, García Márquez contribuyó
decisivamente a la merecida proyección que finalmente alcanzó la narrativa del
continente: el fenómeno editorial del Boomsupuso,
en efecto, el descubrimiento internacional de numerosos novelistas de altísimo
nivel apenas conocidos fuera de sus respectivos países.
DELGADINA
ROMANCE A DELGADINA
Tenía una
vez un rey
tres hijas como una plata;
la más chica de las tres
Delgadina se llamaba.
Un día, estando comiendo,
dijo al rey, que la miraba:
—delgada estoy, padre mío
porque estoy enamorada—
¡Venid, corred, mis criados,
a Delgadina encerradla!;
si os pidiese de comer,
dadle la carne salada;
y si os pidiese de beber,
dadle la hiel de retama.
Y la encerraron al punto
en una torre muy alta.
Delgadina se asomó
por una estrecha ventana
y a sus hermanas ha visto
cosiendo ricas toallas.
—¡Hermanas, si sois las mías…
dadme un vasito de agua,
que tengo el corazón seco,
y a Dios entrego mi alma!
—¡Yo te la diera, mi vida.
Yo te la diera, mi alma,
mas si padre rey lo sabe,
nos ha de matar a entrambas.
Delgadina se quitó
muy triste y desconsolada.
A la mañana siguiente
asomose a la ventana,
por la que vio a sus hermanos
jugando un juego de cañas.
—¡Hermanos, si sois los míos…
por Dios, por Dios, dadme agua,
que tengo el corazón seco,
y a Dios entrego mi alma!
—¡Quítate de ahí, Delgadina,
que eres una descastada;
si mi padre, el rey, te viera,
la cabeza te cortara!
Delgadina se quitó
muy triste y desconsolada.
A otro día apenas pudo
llegar hasta la ventana,
por la que ha visto a su madre
bebiendo en vaso de plata.
—¡Madre, si que sois mi madre,
dadme un poquito de agua
que tengo el corazón seco,
y a Dios entrego mi alma!
—¡Pronto, pronto, mis criados,
a Delgadina, dad agua,
unos en jarros de oro,
otros en jarros de plata.
Por muy pronto que acudieron
ya la hallaron muy postrada.
A la cabecera tiene
una fuente de agua clara;
los ángeles la rodean
encomendándole el alma,
la Magdalena a los pies,
cosiéndole la mortaja:
el delantal era de oro,
y la aguja era de plata.
Las campanas de la gloria
ya por ella repicaban,
los cencerros del infierno
por el mal padre doblaban.
INSOMNIO. GERARDO DIEGO
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
cauce fiel de abandono, línea pura,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.
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