UN CABALLERO EN MOSCÚ

SIPNOSIS

Condenado a muerte por los bolcheviques en 1922, el conde Aleksandr Ilich Rostov elude su trágico final por un inusitado giro del destino. Gracias a un poema subversivo escrito diez años antes, el comité revolucionario conmuta la pena máxima por un arresto domiciliario inaudito: el aristócrata deberá pasar el resto de sus días en el hotel Metropol, microcosmos de la sociedad rusa y conspicuo exponente del lujo y la decadencia que el nuevo régimen se ha propuesto erradicar. En esta curiosa historia se basa la segunda novela de Amor Towles, que después de recibir innumerables elogios por Normas de cortesía, su ópera prima, se consolida como uno de los escritores norteamericanos más interesantes del momento. Erudito, refinado y caballeroso, Rostov es un cliente asiduo del legendario Metropol, situado a poca distancia del Kremlin y el Bolshói. Sin profesión conocida pese a estar ya en la treintena, se ha dedicado con auténtica pasión a los placeres de la lectura y de la buena mesa. Ahora, en esta nueva y forzada tesitura, irá construyendo una apariencia de normalidad a través de los lazos afectivos con algunos de los variopintos personajes del hotel, lo que le permitirá descubrir los jugosos secretos que guardan sus aposentos. Así, a lo largo de más de tres décadas, el conde verá pasar la vida confinado tras los inmenso ventanales de Metropol mientras en el exterior se desarrolla uno de los periodos más turbulentos del país.
SOBRE EL AUTOR
Amor Towles (Boston, 1964) se graduó en la Universidad de Yale y completó estudios de posgrado en Literatura Inglesa en Stanford. Su primera novela, Normas de cortesía (Salamandra, 2012), traducida a más de quince idiomas y bestseller de The New York Times, fue considerada por The Wall Street Journal como uno de los mejores libros de 2011. La acogida del público se multiplicó con la publicación de su segunda novela, Un caballero en Moscú, que escaló hasta el primer puesto en la lista de The New York Times y de la cual se han vendido más de un millón de ejemplares hasta la fecha. Este éxito definitivo ha permitido a Towles abandonar el mundo de las finanzas y dedicarse a escribir a tiempo completo. En la actualidad vive en Manhattan con su mujer y sus dos hijos.



LA CRÍTICA

Condenado a vivir en un hotel de lujo

ANNA ABELLA
...
Hotel con vida propia
Sin embargo, la primera vez que Towles pisó el país de los zares fue en 1998 y no se alojó en el Metropol, solo visitó el bar. Sí lo hizo con el borrador de la novela ya acabado. “No quería que la realidad del hotel interfiriera en lo que imaginaba. La habitación del ático donde vive el conde, por ejemplo, no existe”. Así, logra que el hotel tenga vida propia y lo convierte en un rico microcosmos de personajes a cuyo alrededor se sucede la historia rusa. “Forma parte de la tradición de grandes hoteles que empezaron a construirse a finales del siglo XIX en Estados Unidos y Europa. Eran tan grandes que ocupaban manzanas enteras y tenían muchos servicios: tiendas, restaurantes, biblioteca... Los ricos se hospedaban en ellos cuando hacían sus ‘tours’ europeos porque eran espacios cosmopolitas, con comida, periódicos o música internacionales. Son una metáfora del siglo XX. Muchos aún existen pese a haber sufrido dos guerras mundiales. Fueron construidos para durar”.
“Los bolcheviques -añade- ocuparon el Metropol cuando movieron la capital de San Petersburgo a Moscú, echaron a los huéspedes y lo convirtieron en la segunda Casa de los Soviets. En 1922, cuando otros países empezaron a reconocer el Gobierno como legítimo, vieron que necesitaban un lugar con glamur para los embajadores y los periodistas extranjeros, con cócteles americanos, música de jazz en vivo y mujeres bellas”. Y, como refleja la novela, fue un “oasis de lujos” frecuentado por los reporteros estadounidenses, como John Reed, que “sabían perfectamente que la policía secreta les espiaba gracias a las camareras mientras tomaban copas”.

Una botella con mensaje al mar
El Metropol ya se había cruzado en la vida de Towles sin él saberlo. “De niño tiré al mar una botella con una nota diciendo ‘espero que esto llegue a China’. Al poco llegó a casa una carta de un editor del ‘New York Times’ diciendo ‘me temo que no llegó a China...’”. La anécdota viene a cuento porque se escribió con el periodista hasta que a los 18 años se conocieron en persona. “Fue tras su muerte, cuando ya tenía el borrador del libro, que supe que vivió en el Metropol de Moscú cubriendo el final de la segunda guerra mundial y la guerra fría”. Como homenaje, en la novela, es uno de los huéspedes.

Los arrestos domiciliarios, "aunque no en hoteles, eran habituales en la época de los zares y en la soviética. Cuando el zar creyó que Puskhin ya no era de fiar políticamente, como era famoso y no podía exiliarlo a Siberia ni ejecutarlo le condenó a vivir en un piso delante del palacio imperial. Hoy hay casos, en China, en Arabia Saudí, el de Julian Assange...”.


El privilegiado ‘encierro’ obliga al conde Rostov “a dejar atrás su vida de aristócrata pero eso no significa que su nueva vida no sea rica porque pasa de valorar los bienes materiales que poseía antes a entender que le enriquece más el compañerismo con los trabajadores y amigos del hotel y el ejercer de padre adoptivo”. A la vez es consciente de que “los que se rebelaron contra el régimen totalitario, entre ellos muchos de los que habían creído ciegamente en la revolución y defendían el comunismo, sufrieron las consecuencias”. Y ahí: purgas, ejecuciones y deportaciones a Siberia.



Metropol



ENTREVISTAS
Amor Towles: «La mayoría de los escritores actuales sólo escriben sobre sí mismos»

....Si su primera novela, «Normas de cortesía», apareció un año antes de que decidiera abandonar, definitivamente, el mundo de las finanzas.El germen de la segunda surgió cuando aún era un alto ejecutivo, en mitad de uno de esos viajes de trabajo, interminables, en los que pasaba cada semana en una ciudad diferente, siempre en los mismos hoteles: Londres, París, Roma… Así hasta que, un año, llegó Ginebra y, al entrar, reconoció a la gente que estaba en el vestíbulo: «Era como si no se hubieran marchado de allí», recuerda el escritor.
En el ascensor, pensó que había dado con una idea «interesante» para un libro: estar atrapado en un hotel durante mucho tiempo, imaginar lo que sería vivir allí. Llegó a la habitación, cogió papel y lápiz y se puso a urdir la trama de «Un caballero en Moscú» (Salamandra). Sin pretenderlo, a través de la historia del conde Alexander Rostow, aristócrata ruso al que los bolcheviques condenan a un encierro de por vida en el Metropol poco después de la Revolución, Towles termina narrando el devenir de Rusia en la primera mitad del siglo XX.

¿Por qué Rusia?
Escribo sobre cosas que me fascinan. Durante mi adolescencia, leí a todos los escritores rusos del siglo XIX; después, a los autores de la era soviética… Fue algo natural. En cuanto me vino la idea a la cabeza, pensé que Rusia sería un telón de fondo maravilloso. En parte, porque allí hay tradición de arresto domiciliario, desde la época de los zares, con el ejemplo de Pushkin, a Siberia. Todo parecía encajar. Muchos lectores no lo sabrán, pero un tercio de la nobleza rusa se quedó allí después de la Revolución y siguió con su vida, aunque en circunstancias más modestas (ríe).

Toda la trama transcurre dentro del Metropol, pero logra trascender las cuatro paredes del hotel y se convierte en un relato de la historia reciente de Rusia.
Sí. En la narrativa hay una gran tradición minimalista: Chéjov, Hemingway… Pero yo sabía que esta novela iba a ser maximalista, arrastrando a su interior muchísimos elementos: literatura, filosofía, música, cine, gastronomía…

Como un gran cóctel narrativo.
Exacto. Una vez encerrado el conde, el juego consistía en lograr meter al resto del mundo en el hotel. El lector tiene la experiencia de leer una novela del XIX, pero en el mismo espacio. Cuando escogí Rusia como escenario, sabía que el reto más importante era contar una historia que enganchara, a través de la personalidad del conde, pero sin obviar los problemas soviéticos de esas décadas. Si hubiera pasado por alto la historia de Rusia, no hubiera sido justo. Rusia avanzaba económicamente, de la Revolución salieron cosas positivas… No es que justifique la era soviética, pero es importante recordar que en la Primera Guerra Mundial Rusia era el país más rezagado de todo Occidente: el 95% de la población era analfabeta, el 85% eran campesinos que no tenían tierras propias y la aristocracia rusa se comportaba como si fuera 1812. La Revolución era inevitable. No fue la primera, fue la última.

Pero tuvo consecuencias terribles, que además detalla en el libro. Me pregunto si recurre al humor, a la fina ironía de Rostow, para poder ponerlas de manifiesto.
Sí. Antes de empezar a escribir, me paso dos o tres años pensando. En el primer esquema de esta novela, el humor no aparecía. Lo descubrí cuando empecé a escribir. La sensibilidad del conde sirve para compensar el aspecto más duro del libro. Es un papel crítico el del humor.

¿De dónde viene ese amor que las páginas de la novela destilan hacia la literatura rusa?
El conde adora las novelas del siglo XIX, así que el libro es justo con ese amor y me ofrece la oportunidad de tejer la historia de esa manera. ¿Alguna vez ha usado un caleidoscopio?

Sí.
Pues el caleidoscopio es una metáfora perfecta para explicar cómo funciona la narrativa que es eficaz. Cientos de años después, seguimos leyendo a Cervantes, a Shakespeare, aún nos entretienen. Hay algo en esa narrativa que engancha, que nos forma ideas.

¿Y qué es ese algo?
La narrativa bien hecha es como un caleidoscopio: los trocitos de cristal son las distintas personalidades, lo que le pasa a cada personaje, los escenarios… Todos esos elementos nos enganchan con la historia, nos entretienen y, de algún modo, combinándolo todo, nos llevamos esa impresión, que es muy real, pero distinta en función del lector.

Me imagino que, al escribir sobre la historia, que al cabo es lo que ha hecho en esta novela, habrá sacado alguna conclusión…
Sí, creo que, como sociedades, recreamos nuestros problemas de país a país, de siglo en siglo, y no son pequeños, tienen graves consecuencias, pérdidas de vidas, a gran escala. Pero, dicho esto, a los estadounidenses nos enseñaron que la era soviética eran colas de racionamiento, represión artística, temor, necesidad de huir a Estados Unidos… Esa era la visión del enemigo de la Guerra Fría. La realidad es que eso era parte de la vida en Rusia, pero la gran mayoría de rusos no se fueron, vivieron sus vidas, se enamoraron, se casaron, tuvieron hijos…

Al final, pese a los giros del destino, todos terminamos volviendo a lo que consideramos nuestro hogar... Como Rostow.
Realmente, es un impulso muy primitivo y muy real para muchos de nosotros. Es algo muy humano. A cierta edad, sientes lealtad hacia tu hogar.

¿Y son las novelas el hogar de un escritor?
Ah, pregunta interesante… Sí, supongo que es una manera de explorar lo que no sabes, pero vuelves a descubrimientos de tu propia vida… Hay un grupo de novelistas modernos, en Estados Unidos, en Francia y seguro que también en España, que sólo escriben sobre sí mismos. Son autores a los que les gusta trabajar muy de cerca sobre su experiencia personal. Pero a otros, entre los que me incluyo, les gusta salir a explorar el mundo. Pero, tiene razón, incluso cuando tienes ese impulso, siempre vuelves…

Sí, sientes que perteneces a esa historia.

Así es, es un ciclo. Mis tres libros favoritos son «Guerra y paz», «Moby Dick» y «Cien años de soledad». Los tres salen a experimentar, pero hay un momento en el que consideran que han cerrado el círculo. Me gusta esa dinámica. Una novela puede ser como una sinfonía: se alarga en el tiempo, tiene distintos movimientos, distintos instrumentos, temas con tempos diferentes… Pero, al final de la sinfonía, llegamos a ese punto culminante, a ese momento final...

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