Nostalgia de otro mundo

 

SIPNOSIS

Hay algo siniestro y desconcertante que atraviesa los relatos de Ottessa Moshfegh, algo peligroso, fascinante y a veces irresistiblemente divertido. Sus personajes son seres inestables: anhelan un gesto de ternura y desean, a su manera, convertirse en mejores personas; aun así, todos parecen moverse guiados por los impulsos más primarios. Débiles, retorcidos, a menudo estúpidos y crueles consigo mismos y con los demás: de esta extraña materia prima Moshfegh consigue extirpar una belleza oscura y eléctrica y que, en ella, lo que veamos sea en realidad nuestro propio reflejo.
Nostalgia de otro mundo reúne sus mejores relatos, ganadores de los premios Pushcart, O. Henry o Plimpton Discovery Prize, con los que ha entrado a formar parte del universo literario de Flannery O’Connor o Angela Carter.

SOBRE LA AUTORA

Escritora estadounidense de madre croata y padre iraní, Ottessa Moshfegh nació en Boston el 20 de mayo de 1981.A lo largo de su carrera, Moshfegh ha colaborado con The Paris Review, donde ha publicado sus historias desde 2012.En lo literario, publicó Mi nombre era Eileen, obra con la que la autora fue seleccionada para el Premio Booker en 2016, ganando el Premio PEN/Hemingway al mejor debut literario. Desde entonces Moshfegh ha publicado otros títulos como Mi año de descanso y relajación —una novela sobre la depresión— o La muerte en sus manos, en la que entremezcla la novela negra y el humor, Nostagia de otro mundo en 2022 y Lapvona en 2023


LA CRÍTICA

Tal vez las palabras que se repiten más a lo largo de estos magníficos cuentos sean “odio”, “asco” y “feo”. No parece muy alentador, a no ser que el lector sea muy fan de Céline, Bataille o Bukowski. ¿Podríamos hablar acaso de la réplica femenina a Donald Ray Pollock o de la doble americana, como ha apuntado Rodrigo Fresán, de Sara Mesa? Lo cierto es que, para Ottessa Moshfegh, la luz solo se enciende bajo el techo de la hostilidad, sin hacer distinciones entre espacios urbanos o rurales, entre jóvenes o ancianos, entre pobres o profesionales liberales. La desolación es su credo, la sordidez su biblia, la desesperación su modus vivendi. Su estilo, pulido como un diamante encontrado en el estercolero de la decepción. Frase corta, realismo sucio y ritmo de una musicalidad dodecafónica: las palabras adquieren la melodía de una gota cayendo de un grifo mal cerrado, provocando una sensación de desasosiego en el lector que se acumula como en una inundación anunciada.

En el relato que cierra 'Nostalgia de otro mundo', 'Un lugar mejor', suerte de coda alegórica a la colección, Urszula, que tiene un hermano mellizo, está convencida de que ambos nacieron “en otro lugar” que no es la Tierra: “No es un sitio ni un lugar, pero tampoco es que sea ninguna parte. No tiene un dónde. No sé qué es, pero este sitio de aquí seguro que no, con todos vosotros que sois tontos”. Es en ese lugar que el lenguaje no puede delimitar, tomando la forma de una playa, de una estación de autobuses plagada de zombis politoxicómanos, de un restaurante de comida rápida, de un cibercafé, de una casa de paredes desconchadas o de una puerta que nunca deberíamos cruzar, donde se despliegan los deseos frustrados -a menudo siniestros, que huelen a tabú y caramelos derretidos por el sol- de una pandilla de personajes brutos, feos y malos, cuya perversión exuda una ternura terrorífica. La implacable estructura de cada relato -difícil escoger entre 'El señor Wu', 'Suburbio', 'El muchacho de la playa' o el citado 'Un lugar mejor'- parece conducir a las tan queridas epifanías chejovianas, pero la epifanía o no llega o se trunca a la mitad en un final abierto a la extrañeza, sin que la historia, ya difusa, se resienta de ello. Es una operación de desecamiento en la que el o la protagonista pierde la oportunidad de resolver su soledad, y se resigna o se decide a vivir en una ignominia que conoce demasiado bien.

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El realismo sucio de Ottessa Moshfegh, la nueva y brillante heredera de Bukowski 

En 'Nostalgia de otro mundo', su nuevo libro, coinciden la vulgaridad, la exclusión social y un humor negro que ridiculiza a los personajes

En la colección de relatos Nostalgia de otro mundo los protagonistas y sus comparsas están envueltos en una trabajada pátina de sordidez. Seres inestables, marginados, arrojados por la corriente a tugurios de mal vivir y a estados mentales depresivos. Ottessa los lleva al límite del ridículo, bañados en humor negro y un lenguaje crudo, que resulta repugnante para sus detractores.

Episodios memorables, como el hombre acosador de la nueva vecina. Personas frustradas en una vida sin salida: la profesora de barrio borracha; el cuidador de discapacitados a quienes quiere llevar a un local de chicas picantes; el joven desastroso y granujiento, de la estirpe del Ignatius Reilly, de Kennedy Toole; el aspirante a actor varado en Los Ángeles, en brazos de una apolillada patrona; o el matrimonio burgués envuelto en una historia de prostitutos playeros. Una humanidad destruida moralmente, preocupada por el deterioro corporal, en un limbo derrotista con un remotísimo atisbo de algún cambio.

Ottessa es lectora confesa de Bukowski. La impresión de inminente catástrofe, de asfixiante mediocridad en sus historias tiene bastante en común con algunos autores del “realismo sucio” norteamericano de los 80. Coinciden la vulgaridad, la desintegración y la exclusión social, aunque la marginación en las historias de Moshfegh es más patética y desoladora. Pero si algunos personajes de Raymond Carver eran obreros de las capas sociales más bajas, los de la escritora viven en los márgenes, vagabundeando, con trabajos a salto de mata, en un mundo que los ha derrotado.

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Moshfegh y el realimo sucio

La prestigiosa revista británica Granta, que puso en circulación el término de dirty realism, aclama a la escritora de Boston como uno de los grandes talentos de la literatura actual. Precisamente fue el editor de Granta, Bill Bufford, quién en 1983 definió el llamado “realismo sucio”, un género que venía de mucho más atrás: “Tragedias baratas sobre personas que miran la televisión durante el día (…), vagabundos en un mundo repleto de comida basura. Los detritos humanos de la cultura de consumo desenfrenado del capitalismo”


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