EL OLVIDO QUE SEREMOS
EL OLVIDO QUE SEREMOS
El
25 de agosto de 1987 Héctor Abad Gómez, médico y activista en pro
de los derechos humanos, es asesinado en Medellín por los
paramilitares.. El olvido que seremoses su biografía
novelada, escrita por su propio hijo. Un relato desgarrador y
emocionante sobre la familia, que refleja, al tiempo, el infierno de
la violencia que ha golpeado Colombia en los últimos cincuenta años.
SOBRE EL AUTOR
Escritor,
traductor y periodista. Nació en Medellín en 1958. Es hijo de
Cecilia Faciolince y Héctor Abad Gómez, un destacado médico,
profesor universitario y defensor de los Derechos Humanos, quien
además fue el fundador de la Escuela Nacional de Salud Pública.En
1977 realizó estudios de filosofía en la Universidad Pontificia
Bolivariana de Medellín, y de Medicina en la Universidad Javeriana
de Bogotá. En 1978 viajó a México y estudió talleres de poesía y
narrativa en La Casa del Lago, el primer campus cultural de la
Universidad Autónoma de México. En 1979 regresó a Medellín y
comenzó a estudiar Periodismo en la UPB. De esta carrera fue
expulsado en 1981 por escribir un artículo irreverente contra del
Papa. En 1982 hace estudios de inglés en Nueva York y más tarde se
va a Italia en donde estudia Lenguas y Literaturas Modernas en la
Universidad de Turín. Regresa a Colombia en 1987, después de
graduarse “cum laude” en Turín. En Agosto de ese año su padre
es asesinado por paramilitares y debido a las amenazas que recibe se
exilia primero en España (diciembre de 1987) y luego en Italia, en
1988, en donde trabaja como “lector de español” de la
Universidad de Verona hasta 1992. Desde sus años de estudiante había
empezado a traducir al castellano diverso autores italianos: Umberto
Eco, Leonardo Sciascia, Italo Calvino, Tomasi di Lampedusa, Gesualdo
Bufalino, Primo Levi y Natalia Ginzburg, entre otros. Estas
traducciones se publicaron en libros y en suplementos literarios
mexicano
www.hectorabad
LA CRÍTICA
ERNESTO CALABUIG
La novela huye de dos grandes peligros que podían echarla a pique: una equivocada combinación o distribución de los muchos datos y anécdotas que la volviera aburrida y, sobre todo, el carácter sentimental-edulcorado de una hagiografía paterna. En un equilibrio que divide la obra casi en dos mitades exactas, las loas al padre ceden el paso a un desgarrado y duro relato de cómo se fue cerniendo la anunciada tragedia sobre esta familia, primero con el temprano fallecimiento de Marta -hermana del narrador- a los dieciséis años, y después con el terrible asesinato del padre. La pérdida de Marta da pie a una honda meditación sobre la búsqueda desesperada de consuelo por parte del ser humano en las mayores dificultades. Y el relato de cómo se ejecutó el atentado contra su padre, páginas como las 243, 244 y 245, conmocionan al lector tanto por la brutal secuencia del acontecimiento, como por la maestría y la perspectiva elegida a la hora de narrarlo. Es en esta “segunda parte” donde la honestidad intelectual le lleva también a reconocer y desvelar algunos errores del padre y sobre todo los suyos propios: pues el escritor hace un duro análisis de sus muchas cobardías, culpas, limitaciones y carencias, lamentando su pasividad esencial y las lecciones no aprendidas de la vida.. Pero la grandeza del libro no reside sólo en componer un gran óleo del padre: la historia mira más lejos y se vuelve denuncia y diagnóstico del “país más violento del mundo” (p.205), escenario impune de miles y miles de desaparecidos, torturados, asesinados o exiliados. Abad señala hacia el irresoluble y cruento conflicto secular entre progreso e involución, renovación y tradición, Ilustración y catolicismo ancestral, en América Latina. Exalta la tolerancia y critica los dogmatismos, los falsos ídolos y santos y toda suerte de extremismos religiosos y políticos. El autor parece aspirar a un intento de redención a través de la enumeración fechada de tantas muertes, y muestra hasta qué punto son las palabras nuestras únicas armas: capaces de rescatar, salvar y postergar en lo posible el olvido. Cuando el médico cae desplomado sobre el pavimento de la calle aquel verano del 87, lleva en su bolsillo la lista de amenazados que lo incluye y, copiado a mano, el célebre poema de Borges que explica el título de Abad, cuyo comienzo es: “Ya somos el olvido que seremos...”.
La novela huye de dos grandes peligros que podían echarla a pique: una equivocada combinación o distribución de los muchos datos y anécdotas que la volviera aburrida y, sobre todo, el carácter sentimental-edulcorado de una hagiografía paterna. En un equilibrio que divide la obra casi en dos mitades exactas, las loas al padre ceden el paso a un desgarrado y duro relato de cómo se fue cerniendo la anunciada tragedia sobre esta familia, primero con el temprano fallecimiento de Marta -hermana del narrador- a los dieciséis años, y después con el terrible asesinato del padre. La pérdida de Marta da pie a una honda meditación sobre la búsqueda desesperada de consuelo por parte del ser humano en las mayores dificultades. Y el relato de cómo se ejecutó el atentado contra su padre, páginas como las 243, 244 y 245, conmocionan al lector tanto por la brutal secuencia del acontecimiento, como por la maestría y la perspectiva elegida a la hora de narrarlo. Es en esta “segunda parte” donde la honestidad intelectual le lleva también a reconocer y desvelar algunos errores del padre y sobre todo los suyos propios: pues el escritor hace un duro análisis de sus muchas cobardías, culpas, limitaciones y carencias, lamentando su pasividad esencial y las lecciones no aprendidas de la vida.. Pero la grandeza del libro no reside sólo en componer un gran óleo del padre: la historia mira más lejos y se vuelve denuncia y diagnóstico del “país más violento del mundo” (p.205), escenario impune de miles y miles de desaparecidos, torturados, asesinados o exiliados. Abad señala hacia el irresoluble y cruento conflicto secular entre progreso e involución, renovación y tradición, Ilustración y catolicismo ancestral, en América Latina. Exalta la tolerancia y critica los dogmatismos, los falsos ídolos y santos y toda suerte de extremismos religiosos y políticos. El autor parece aspirar a un intento de redención a través de la enumeración fechada de tantas muertes, y muestra hasta qué punto son las palabras nuestras únicas armas: capaces de rescatar, salvar y postergar en lo posible el olvido. Cuando el médico cae desplomado sobre el pavimento de la calle aquel verano del 87, lleva en su bolsillo la lista de amenazados que lo incluye y, copiado a mano, el célebre poema de Borges que explica el título de Abad, cuyo comienzo es: “Ya somos el olvido que seremos...”.
ENTREVISTA.
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