TERCER ENCUENTRO CON LA POESÍA: FRANCISCO BRINES Y WISLAWA SZYMBORSKA


FRANCISCO BRINES BAÑÓ


(Oliva, Valencia, 1932). .
Licenciado en Derecho, Filosofía y Letras Románicas e Historia. Ha compaginado su producción poética con su actividad como profesor universitario. Fue lector de literatura española en la Universidad de Cambridge y profesor de español en la Universidad de Oxford.
Su primer libro, Las brasas, apareció en 1959 y con él ganó el Premio Adonais. Seguidamente publicó Palabras en la oscuridad (1966) que le mereció el galardón con el Premio Nacional de la Crítica. En 1987, recibe el Premio Nacional de Literatura por El Otoño de las Rosas (1986), uno de sus libros más conocidos y populares, integrado por sesenta poemas escritos a lo largo de diez años. En 1998 recibió el Premio Fastenrath que otorga la Real Academia Española por su obra La última costa (1995), una obra melancólica en la que el poeta recuerda su infancia, desde una orilla apartada, ante la inminencia de un último viaje. En 1999 recibe el Premio Nacional de las Letras Españolas por el conjunto de su obra poética. En abril de 2000 fue elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua y, a partir del 19 de abril de 2001, ocupa el sillón ‘x’ en sustitución del fallecido dramaturgo Antonio Buero Vallejo.
El poeta valenciano fue también investido Doctor “Honoris Causa” en el acto académico de apertura del nuevo curso 2001-2002 de la Universidad Politécnica de Valencia. En abril del 2010, recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que reconoce la aportación literaria relevante al patrimonio cultural común de Iberoamérica y España, realizada por un autor vivo.
En la final se impuso a candidatos tan ilustres como Carlos Edmundo de Ory, Julia Uceda y María Victoria Atencia. Brines pertenece a la ‘generación de los cincuenta’, también llamada ‘generación de los niños de la guerra’, en la que figuran los poetas Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Carlos Barral, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y los novelistas Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Luis Martín Santos, García Hortelano y Luis Goytisolo.
En 1990 presentó en Oviedo, junto con otros miembros de dicha generación poética, el libro Encuentro con los 50. La poesía de Brines se caracteriza por el tono hondamente elegíaco de sus versos. Los dos polos entre los que se mueve toda su poesía son, por un lado, el colorido de su tierra natal y el lirismo encendido, y, por otro, los tonos sensitivos y una visión melancólica de la belleza. El tema capital de la poesía de Brines es el paso del tiempo, la decadencia de todo lo vivo, la degradada condición del ser humano sometido a sus limitaciones. El escritor Jaime Siles, miembro del jurado del Premio Reina Sofía, definió al ganador como “un gran poeta metafísico”, alguna de cuyas obras, como El otoño de las rosas (1986), constituye “una de las cimas” de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.


ENTREVISTA






POÉTICA








WISLAWA SZYMBORSKA


Wislawa Szymborska nace el 2 de julio de 1923 en Bnin (Kórnik), en las proximidades de la ciudad polaca de Poznan. A los ocho años se traslada con su familia a Cracovia, ciudad en la que reside hasta la actualidad.
En la década de los cuarenta empieza a publicar en el diario Dziennik Polski, y más tarde en Zycie Literackie. Doctora Honorífica de la Universidad Adam Mickiewicz (Poznan) en 1995, al año siguiente se produjo lo que la propia poeta califica de “terremoto en su vida”: la obtención de los premios Club PEN polaco y, sobre todo, del Nobel de Literatura.
Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poemas: Por eso vivimos (1952), Preguntas a mí misma (1954), Llamando al Yeti (1957), Sal (1962), Mil alegrías – un encanto – (1967), Si acaso (1975), El gran número (1976), Gente en el puente (1986), Fin y principio (1993), Instante (2002), Dos puntos (2004) y Aquí (2009).

 Aceptando el premio nobel

Se dice que en un discurso lo más difícil es siempre la primera frase... Pues ya la dije... Pero presiento que las que siguen van a ser igualmente difíciles, la tercera, la sexta, la décima, hasta la última, ya que debo hablar sobre poesía. Muy raras veces me he expresado acerca de este tema, casi nunca, y siempre con la convicción de que no lo hago muy bien. Por eso mi discurso no va a ser demasiado largo. Toda imperfección resulta más fácil de aguantar si se sirve en pequeñas dosis.
El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso -o más bien principalmente- de sí mismo. Con desgano confiesa públicamente que es poeta -como si se tratara de algo vergonzoso. En estos tiempos bulliciosos es más fácil que admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más difícil es reconocer las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y hasta uno mismo no cree tanto en ellas. En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve forzado a definir su profesión, acude al término genérico ``escritor'' o al de alguna otra profesión que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico. Profesor de Filosofía -ya suena mucho más serio.
No existen profesores de poesía, lo que haría suponer que esta actividad requiere de estudios especializados, exámenes presentados en fechas precisas, disertaciones teóricas rematadas con bibliografía y notas y, finalmente, los diplomas recibidos con solemnidad. Todo esto, a su vez, significaría que para graduarse de poeta no bastarían las hojas de papel, aun cuando estuvieran llenas de excelentes versos, sino que se necesitaría, sobre todo, un papel con sello y firma. Recordemos que justamente ésta fue la razón por la que condenaron al destierro a Josef Brodsky, orgullo de la poesía rusa, quien más tarde fue galardonado con el Premio Nobel. A Brodsky se le clasificó como ``parásito'', por no contar con un certificado oficial que le permitiera ser poeta... Hace un par de años tuve el honor y la alegría de conocerlo en persona. Me di cuenta de que solamente a él, entre todos los poetas que he conocido, le gustaba llamarse a sí mismo ``poeta''; pronunciaba esta palabra sin conflictos internos y hasta con cierta desafiante desenvoltura. Pienso que se debía al recuerdo de las violentas humillaciones que sufrió en su juventud.
En países más dichosos, donde la dignidad humana no es transgredida tan fácilmente, los poetas, obviamente, quieren ser publicados, leídos y entendidos, pero ya no hacen nada o casi nada en su vida cotidiana para destacar entre la gente. Sin embargo, hace poco, en las primeras décadas de nuestro siglo, a los poetas les gustaba escandalizar con su ropa extravagante y con un comportamiento excéntrico. Aquellos no eran más que espectáculos para el público, ya que siempre tenía que llegar el momento en que el poeta cerraba la puerta, se quitaba toda esa parafernalia: capas y oropeles, y se detenía en el silencio, en espera de sí mismo frente a una hoja de papel en blanco, que en el fondo es lo único que importa.
Hay algo que resulta muy característico. Continuamente se filman películas biográficas sobre grandes científicos y artistas. La tarea de los directores más ambiciosos es mostrar en forma verosímil el proceso creativo que condujo a importantes descubrimientos científicos o a la creación de grandes obras de arte. Se puede, con aceptables resultados, mostrar el trabajo de algunos científicos: laboratorios, instrumentos diversos y aparatos puestos en marcha logran por unos momentos mantener la atención de los espectadores. Además, resultan muy dramáticas las escenas de suspenso, cuando un experimento repetido miles de veces logró dar finalmente, merced a una mínima modificación, con el resultado tan esperado. Espectaculares pueden ser las películas sobre pintores, ya que es posible reconstruir todas las fases de creación de un cuadro -desde la primera raya hasta la última pincelada. Las películas sobre los compositores se llenan con su música: desde los primeros compases, que el creador escucha en su interior, hasta la obra madura ya terminada y repartida entre varios instrumentos. Todo sigue siendo muy ingenuo y no dice nada sobre el extraño estado de ánimo que se conoce comúnmente como inspiración, pero por lo menos hay algo para ver y oír.
El peor de los casos es el de los poetas. Su trabajo resulta irremediablemente poco fotogénico. Uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada_ ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?
He mencionado la inspiración. A la pregunta de qué cosa es, suponiendo que algo sea, los poetas contemporáneos responden de modo evasivo. Y no porque nunca hayan sentido los beneficios de este impulso interior, más bien se debe a otra causa: no es fácil explicar a los demás algo que ni siquiera se comprende bien.
Yo misma he evadido el asunto cuando me lo han preguntado. Y contesto lo siguiente: la inspiración no es privilegio exclusivo de los poetas ni de los artistas en general. Hay, hubo, habrá siempre un número de personas en quienes de vez en cuando se despierta la inspiración. A este grupo pertenecen los que escogen su trabajo y lo cumplen con amor e imaginación. Hay médicos así, hay maestros, hay también jardineros y centenares de oficios más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin, a condición de que sepan encontrar en él nuevos desafíos cada vez. Sin importar los esfuerzos y fracasos, su inquietud no desfallece. De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo ``no lo sé''.
La gente así es bastante escasa. La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja porque necesita conseguir los medios de subsistencia, trabaja porque no le queda de otra. No fueron ellos quienes por pasión escogieron su trabajo, son las circunstancias de la vida las que escogen por ellos. El trabajo mal querido, el trabajo que aburre, es respetado únicamente porque no resulta accesible para todos, y está situación constituye una de las más penosas desgracias humanas. No se vislumbra que los siglos venideros traigan un cambio feliz al respecto.
Así pues, tengo derecho a decir que aunque le estoy escamoteando a los poetas el monopolio de la inspiración, de cualquier manera los coloco en un grupo reducido de elegidos por la suerte. 
En este punto pueden surgir ciertas dudas en los oyentes, si consideran que a los diversos verdugos, dictadores, fanáticos, demagogos que luchan por el poder con ayuda de un par de consignas gritadas en tono muy alto, también les gusta su trabajo y también lo llevan a cabo celosamente. Cierto, pero ellos sí ``saben''. Saben, y lo que saben una sola vez les basta para siempre. Ya no tienen curiosidad por saber más, puesto que podría debilitarse su fuerza de argumentación. De modo que cualquier tipo de saber del que no surgen preguntas muy pronto fenece, pierde la temperatura propicia para la vida. En casos extremos, como es bien conocido en la historia antigua y contemporánea, puede resultar mortalmente amenazador para las sociedades.
Por lo anterior, estimo altamente estas dos pequeñas palabras: ``no sé''. Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra Tierra diminuta. Si Isaac Newton no se hubiera dicho ``no sé'', las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas. Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho ``no sé'', probablemente se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido la vida. Pero siguió repitiéndose ``no sé'' y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.
También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente no sé. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas La Obra.
A veces fantaseo con situaciones inverosímiles. Me imagino, por ejemplo, en mi osadía, que tengo la oportunidad platicar con Eclesiastés, autor de un lamento estremecedor sobre la vanidad de todas las empresas humanas. Me habría inclinado muy hondamente ante él, ya que es -por lo menos para mí- uno de los poetas más importantes. Pero luego lo habría cogido de la mano: ``Nada hay nuevo bajo el sol'', has escrito, Eclesiastés. Sin embargo, Tú mismo has nacido nuevo bajo el sol. Y el poema que has creado también es nuevo bajo el sol, ya que antes de Ti nadie lo había escrito. Y nuevos bajo el sol son tus lectores, puesto que los que vivieron antes que Tú no te podían leer. Y el ciprés, en cuya sombra te sentaste, no crece aquí desde el principio del mundo. Le dio origen otro ciprés, semejante al tuyo, pero no en todo igual. Y además te quisiera preguntar, Eclesiastés, ¿qué desearías escribir, ahora, de nuevo bajo el sol? ¿Algo con qué completar tus ideas, o tal vez tienes la tentación de negar algunas de ellas? En tu poema anterior concebiste también la alegría, y ¿qué hay del hecho de que resulte ser tan pasajera? ¿Tal vez sobre ella va a tratar tu nuevo poema bajo el sol? ¿Tienes ya algunos apuntes o primeros esbozos? Pues no dirás ``ya he escrito todo, no tengo nada que añadir''. Esto no lo puede decir ningún poeta, y mucho menos uno tan grande como Tú. 
El mundo, a pesar de cualquier cosa que podamos pensar sobre él, espantados por su inmensidad y nuestra impotencia ante él, amargados por su indiferencia frente a los sufrimientos particulares de la gente, de los animales y tal vez de las plantas -ya que ¿de dónde proviene la certeza de que las plantas están libres de sufrimientos?-; a pesar de cualquier cosa que pensemos sobre sus espacios atravesados por la radiación de las estrellas, alrededor de las cuales se empieza a descubrir algunos planetas -¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe-; a pesar de cualquier cosa que pensáramos sobre este teatro inmenso, para el cual tenemos un billete de entrada pero su vigencia es ridículamente corta, limitada por dos fechas decisivas; a pesar de no sé qué cosa más que pudiéramos pensar sobre este mundo: es asombroso.
 Pero en la expresión asombroso se esconde una trampa lógica. Nos causa asombro lo que sobresale de la norma conocida y comúnmente aceptada, de una obviedad a la cual estamos acostumbrados. Pues bien, un mundo así, obvio, no existe. Nuestro asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación de ningún tipo.
 De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como la vida común, los acontecimientos comunes... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo.
Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo



ENTREVISTAS PARA EL RECUERDO




Dentro de una semana y poco más se cumple el aniversario del nacimiento de Wislawa Szymborska (2 de julio de 1923) y, como creo que la mejor forma de recordar a un escritor es leyéndolo y recordando sus palabras, he reunido alguno de sus pensamientos en un nuevo texto de “Entrevistas para el recuerdo” que hace pie en esta nota de Babelia y que la tienen como protagonista. ¡No dejen de leer a la mágica Wislawa, por favor!
Wislawa era una mujer menuda que escribía como los dioses y parecía poco interesada en este mundo; me corrijo: en la superficialidad de este mundo. Pocos años después de recibir el Nobel no tuvo ningún reparo en decir que le habría convenido no ganarlo, porque todos los problemas financieros con los bancos y la exposición, y esa necesidad de salirse de su casita de caracol no las llevaba nada bien.

Wislawa Szymborska en "Entrevistas para el Recuerdo"

Pese a haber nacido en un país frío por dentro y por fuera, la poesía de Szymborska tiene un fuego y una calidez que hacen que una vez que la has conocido y la has leído con paciencia, se convierta en una autora indispensable.
Una autora cuyo motor fundamental era la curiosidad; su virtud, decía ella. Y lo dejó demostrado en sus innumerables versos que exploran las formalidades del lenguaje y ponen en entredicho las certezas. Basta ir a lo más antiguo, a su primer poema publicado, “Busco la palabra”, toda una formulación de principios, de una poética que volvería constantemente a esa búsqueda de orígenes y de fundamentos. Esa búsqueda que la llevo a escribir con una sencillez inquieta y voladora.
Esa búsqueda, sin embargo, no era constante. La disciplina no era lo suyo, parecía necesitada de escribir cuando realmente las palabras (o la inquietud) venían a ella. Quizá era su forma de revelarse ante las imposiciones, contra las que escribió siempre. Y tampoco tenía miedo en decirlo:

Wislawa posa su voz sobre las cosas cotidianas y las irremediables, pero no habla de la muerte. Sus poemas son cantos de esperanza a las pequeñas rutinas, a los instantes que pasan sin que les prestemos atención. ¿Por qué no escribir sobre la muerte?
Del mismo modo intentaba utilizar palabras sencillas, que dieran directamente en el grano y evitaba los términos adornados o grandilocuentes.
Y es que para Wislawa cualquier poema es un instante, por eso supo mirar al niño Hitler, antes de la maldad, de la miseria, del odio y escribir su “Primera fotografía de Hitler”. Cada poema es un instante congelado, que se puede inmortalizar, y en la mayoría de sus poemas nos encontramos con lo que otras obras artísticas dispararon en su memoria, en sus emociones. Relecturas de la tradición pictórica y literaria desde el ángulo de la gran Wislawa.
Wislawa, que recibió el Nobel cuando tenía casi ochenta años y que no terminó de acostumbrarse a la fama, que continuó viviendo en su apartamentito en un barrio periférico de Cracovia nos llenó de preguntas y por eso es una de las poetas más necesarias de nuestro mundo. En una realidad que intenta convencernos todo el tiempo de que hay que saber de todo, que hay tener opinión sobre todo y que dar respuestas ante todo, ella nos llenó de preguntas y nos dijo que: “las cosas que no se saben son las que convierte la vida en algo fascinante”



CUADERNILLO

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